El dióxido de carbono (CO2) es un gas no contaminante que forma parte esencial del ciclo del carbono. Se genera durante procesos biológicos y fisiológicos como la respiración y la descomposición. Sin embargo, el CO2 también es uno de los principales gases de efecto invernadero (GEI), producido antropogénicamente por la combustión de combustibles fósiles en actividades industriales y cotidianas, como el uso de gas natural, gasolina, gasóleo, y carbón.
Desde la Revolución Industrial, diversas actividades humanas han incrementado significativamente la concentración de CO2 en la atmósfera, contribuyendo al calentamiento global. Este fenómeno ocurre porque los gases de efecto invernadero, en altas concentraciones, impiden que parte de la radiación solar que llega a la Tierra regrese al espacio, lo que genera un calentamiento interno en la atmósfera y afecta el clima global.
El Carbono Azul se refiere al carbono capturado por los ecosistemas costeros y marinos, como los bosques de macroalgas, manglares, marismas y praderas de pastos marinos. Este carbono está presente en la biomasa de estos ecosistemas y se almacena también en los sedimentos. Una de las ventajas más importantes del Carbono Azul es su capacidad para secuestrar carbono a largo plazo, en escalas temporales significativas que abarcan cientos de años o más. Esto lo diferencia del carbono verde, que se almacena en los bosques terrestres y sus suelos.
Chile tiene un potencial enorme en la captura de Carbono Azul, gracias a su extensa costa y las aguas ricas en oxígeno asociadas a la corriente de Humboldt. Este entorno favorece la generación de vida y es particularmente adecuado para el crecimiento de macroalgas. Las macroalgas pardas del orden Laminariales, también conocidas como «kelps» o «huiros», juegan un papel crucial en el secuestro de CO2 en los ecosistemas marinos costeros, siendo clave para la adaptación y mitigación del cambio climático.
Las macroalgas son un ecosistema excepcional debido a su triple acción climática. Primero, mitigan las emisiones de carbono a través de la fotosíntesis. Segundo, contribuyen a la adaptación de los ecosistemas marinos frente a los cambios climáticos. Tercero, fortalecen la resiliencia de las comunidades costeras y promueven la economía azul.
Estos ecosistemas son un ejemplo vivo de la necesidad de visibilizar y valorar los ecosistemas marinos para asegurar un futuro más sostenible y equitativo. En definitiva, el rol del Carbono Azul y de las algas marinas chilenas es fundamental para la lucha contra el cambio climático, destacándose como una solución natural que no solo captura carbono, sino que también sostiene la biodiversidad y el bienestar de las comunidades costeras.
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